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La última visita de Martí a México: la entrevista con Porfirio Díaz

16 de agosto de 2024

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Vista del Castillo de Chapultepec

Vista del Castillo de Chapultepec

 

El presidente de México aceptó la solicitud de entrevista del Delegado del Partido Revolucionario Cubano y lo citó para el jueves 26 de julio. Martí no pudo asistir en esa fecha porque desde dos días antes se hallaba en Veracruz donde se encontró a algunos amigos mexicanos e intercambió con los patriotas cubanos miembros de los clubes del Partido en esa ciudad. A su regreso a la capital escribió de nuevo al Presidente el viernes 27 solicitándole “el singular favor de que, excusando mi involuntaria culpa, me honre de nuevo con la cita que aguardo ansioso, en la que será fácil al Señor Presidente conocer que no tiene ante sí un hombre ligero ni ingrato, sino a quien sabe estimar, en toda su alteza, el favor que recibe.” Aunque no está confirmada la fecha, todo indica que se encontraron en la noche del miércoles 1o. de agosto en el castillo de Chapultepec.

A todas luces el Presidente no escogió el palacio de gobierno en el centro de la ciudad sino aquella edificación enclavada en un bosque entonces en las afueras para eludir cualquier posible vigilancia de espías al servicio de España, que solían seguir a Martí por todas partes y avisaran a ese gobierno de la reunión con el líder patriota cubano.

A su regreso a Nueva York y trabajar a toda marcha para empujar los planes hacia la “guerra necesaria”, el Delegado le señala en una larga carta del 30 de agosto al General en Jefe, Máximo Gómez, el resultado de su viaje a México: “Lo que deseaba obtuve: y más hubiera podido obtener, y podré obtener tal vez si no nos falla por demora la situación presente.” Escueta evaluación para no dar elementos a una posible posesión de la misiva por los espías del colonialismo hispano. Como siempre, Martí labora como eficaz conspirador. Pero la idea debe haberle quedado clara a Gómez: la más alta autoridad mexicana se comprometió con la independencia cubana, la cual contribuiría a asegurar la de México y de toda nuestra América frente a Estados Unidos. Y le añade en la carta al general la seguridad acerca de la colaboración desde México a la gran empresa de talla continental y mundial: “pero quedó hecho, dentro de la más estricta prudencia, lo necesario entre propios y extraños para que no deje de realizarse por imprevisión el proyecto meditado.”

Sin duda alguna, ya Martí era un líder cubano con mirada y objetivos universales; todo un político pleno y maduro que, sin estar al frente de un estado constituido, era capaz de intercambiar y ser aceptado por quienes, como Porfirio Díaz, se hallaban al frente de una de las naciones más importantes del continente por su dimensión geográfica, su peso económico y por ser frontera, el enemigo ya más importante de las repúblicas de nuestra región, y cuyo territorio había sido seriamente mutilado por la agresión del vecino del norte.

Dada esa evaluación del viaje a México que Martí le envió a Gómez, indudablemente positiva, no es arriesgado colegir que el presidente mexicano se comprometiera de alguna manera con los planteos del cubano. El evidente entusiasmo del Maestro en su explicación al general así lo ratifica.

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