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Foujita en La Habana (II)

20 de mayo de 2024

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Como era de esperar, Foujita despertó un gran revuelo durante su estancia en La Habana en aquel año de 1932. Y no sólo entre los amantes de las artes plásticas, sino también entre los no conocedores de su arte, quienes no salen de su asombro ante la estampa de tan curioso personaje.

Invitado a exponer su obra en el Lyceum, lo que no figuraba en sus planes, se vio precisado a realizar aquí, unos 33 dibujos y pinturas, surgidos, según se cree, a partir de los numerosos apuntes que traía consigo.

En unos lienzos figuraba su musa; en otros, perros, gatos, una callejuela de París… La prensa, por su parte, mostró la gran dosis de humildad y respeto del japonés para con sus colegas del patio. Mientras pintaba, Foujita preguntaba a sus acompañantes: “¿Está bien así? ¿Le gusta a usted?”.

En horas de la tarde del 9 de noviembre de 1932, la muestra quedó abierta al público por cinco días, a la que asistió la crema y nata de la hight life. Y a la que el joven Víctor Manuel se asomó a mirar, receloso y tímido, un amigo, que ya estaba dentro, lo invitó a pasar.

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Fue todo un acontecimiento que causó un gran impacto en la crítica y el público, empañado, no obstante, por un lamentable suceso. En la víspera de la inauguración, uno de los cuadros de Foujita fue robado. En un pequeño baño contiguo a los dos salones de exposiciones, se hallaron, hecho añicos, los cartones del diafragma y de la parte posterior de la acuarela esfumada.

Según cuenta Maribona “Las damas del Lyceum tomaron la resolución de obtener de Foujita que aceptare el importe de su obra. Foujita no quería aceptar el cheque. Ante la insistencia de las damas, aceptó con la condición de que ellas admitiesen uno de sus cuadros al clausurar la exposición. Y si la policía encontrase el cuadro robado, también se quedasen con él”.

Al artista japonés debió impresionarle gratamente La Habana. A su llegada hizo público que permanecería por espacio de ocho días y se quedó casi un mes. Aquí disfrutó de momentos muy felices, haciendo la vida de un cubano más, como eran sus deseos.

Bailó los ritmos del sabrosísimo son La choricera junto a Madeleine, jugó al siló y tomó cerveza, y visitó el ingenio matancero Santa Amalia, donde jugó a la pelota con toronjas enormes, y hubo festín de lechón asado, arroz con pollo, harina, picadillo, boniatos y dulce de coco, mientras, tomaba fotografías, vestido con una criollísima guayabera…

 

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Un día Foujita se fue para México ansioso de conocer las maravillas de los mayas y los aztecas. De Cuba se llevó un caudal de bocetos sobre peces, animales, flores, tipos populares, caricaturas de amigos. Y al averiguársele qué haría con esos apuntes y los que ya traía antes, confesó “lo más probable será que haga paneles enormes. Mi viaje a la América Latina, con muchas figuras, muchos animales, flores, pájaros”.

Hoy día no hay expuesta ninguna obra suya en nuestro país, aunque se dice que en los fondos del Museo Nacional de Bellas Artes de La Habana se encuentran algunos lienzos de su autoría.

Murió en enero de 1968 en Suiza; sus restos fueron enterrados en Francia. Según la crítica especializada Foujita aportó a la vanguardista Escuela de París el refinamiento y la sutileza del arte tradicional japonés y de la tinta china. Sus retratos, desnudos y paisajes tendieron un puente entre la cultura tradicional oriental y la modernidad.

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