170 años de José Martí: El delegado cuida su relación con el general en jefe
15 de diciembre de 2023
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Los alzamientos espontáneos en armas en varios lugares de Cuba, y particularmente el ocurrido en la zona de Cienfuegos en noviembre de 1893 pusieron en jaque a las emigraciones y sus principales personalidades. Desde las primeras noticias al respecto, José Martí trató de evitar que la mayor parte de los conjurados también se levantaran a la pelea armada. El Delegado temía que las autoridades españolas hubieran infiltrado a sus agentes en esos grupos ya en los campos con el objetivo de apresarlos o darles muerte y así echar por tierra los cuidadosos planes acordados con Máximo Gómez, el General en Jefe, para desatar una guerra a lo largo de la Isla con el apoyo logístico de las emigraciones y el inmediato desembarco de expediciones con pertrechos bélicos y con los principales jefes mambises.
Desde el primer momento, Martí tuvo a Gómez al tanto de cuanto iba conociendo, al igual que a sus principales colaboradores del Partido Revolucionario Cubano, junto con su idea de que si la insurrección prosperaba no quedaría más remedio que zarpar hacia la manigua lanzarse para no dejar que los combatientes fueran aplastados.
Al general Serafín Sánchez, hombre de la plena confianza de Gómez, lo tuvo Martí siempre al tanto de todas sus acciones y opiniones. El 14 de noviembre de 1893 le remitió una extensa carta acerca del asunto y le explicaba así su información sistemática a Gómez: “Ya Gómez está minuciosamente avisado, y continuaré avisándole por cable para que en vista de la situación y de mi carta decida. Obsérvese, pues, que como siempre hizo, dejaba las decisiones militares al General en Jefe” Y más adelante le añade: “Gómez está avisado desde el primer instante, con noticias de los que tienen prometido levantarse —de la expedición primera, que puede ser como Vd. sabe— de mi aviso simultáneo y en camino a Maceo— y de mi disposición a hacer, a orden de cable, por lo que respecta a él, lo que tenemos acordado.” Líneas después, Martí le insiste al destinatario acerca de su respeto por Gómez, pues este le ha respondido a una carta anterior como con “el desagrado de que se pudiera tener en poco su autoridad”. Y aclara Martí: “Lo que en mí es patriotismo y angustia, pudiera parecerle ambición mía, o deseo de servir mi preponderancia valiéndome de su nombre.”
Por eso le ratifica a Sánchez que “no tomaría medida alguna sobre alzamiento sin su anuencia, sobre todo cuando a los que se han alzado en Cuba, se les ha asegurado con la verdad estricta, que Gómez iba, y que su situación entre nosotros es la que es.”
Ya en los finales de la misiva Martí le recuerda a Sánchez la seriedad y responsabilidad de su propio actuar: “De mi natural inquietud, nada le diré: sepa solo que mi energía es tanta para obrar como mi prudencia para decidir. Ni me aloco, ni pierdo minuto.”
Tacto supremo demuestra Martí en su relación con Máximo Gómez y, obviamente, acude a Serafín Sánchez, de quien se había ganado toda su confianza y lealtad para que este influyera en mantener la confianza del General en Jefe en el Delegado y sostener así la unidad de acción de todas las partes y personalidades decisivas del movimiento patriótico cubano.
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