A sesenta años del Flora
4 de octubre de 2023
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Al mediodía del 30 de septiembre de 1963, el Observatorio Nacional de Cuba emitió el primer boletín especial que informaba sobre un ciclón tropical en desarrollo sobre el mar Caribe. El aviso parecía de rutina para los cubanos, enfrascados en las tareas de la producción, la educación y la defensa del país.
En medio de la actividad cotidiana, nadie imaginaba el dramático escenario hidrometeorológico que iba a generarse tres días después en Oriente y Camagüey —las dos mayores provincias cubanas— cuando el viernes 4 de octubre el memorable huracán Flora se internó en el extremo oriental de la Isla con vientos sostenidos de 160 km/h, y una extensa circulación que descargaba un extraordinario volumen de precipitaciones.
Lluvias inacabables y vientos tempestuosos golpearon durante cinco días 63 mil kilómetros cuadrados del territorio oriental de Cuba, dejando tras de sí mil 600 muertes, 175 mil evacuados y mil millones de dólares en pérdidas económicas. Entre los factores naturales que propiciaron el desastre aparece la singular trayectoria en lazo descrita por el ciclón, y las características físico geográficas y de la red fluvial de la región.
Al llegar a Cuba por la costa sur de Guantánamo, Flora era un huracán de categoría 2 de la actual escala Saffir-Simpson, cuyos vientos máximos sostenidos se estimaron en 165 kilómetros por hora. Después, enrumbó al sudeste y al estenordeste, salió al golfo de Guacanayabo, y entró nuevamente a tierra cubana por el sur de Camagüey; entonces se movió lentamente al este, y dos días más tarde salió al mar por las inmediaciones Gibara.
Las lluvias de Flora superaron puntualmente los promedios históricos de un año, al totalizar 1 600 milímetros. Solo el día 5 hubo un acumulado máximo de 735 mm, mientras muchos testimonios refieren que las aguas del río Cauto se extendieron hasta 20 kilómetros más allá de su cauce habitual, sepultando cuanto encontraban a su paso.
Las acciones de rescate y salvamento se planearon en tiempo real y en el propio lugar del desastre, bajo la guía del Comandante en Jefe, Fidel Castro Ruz, quien condujo el proceso con su singular liderazgo y práctica de estratega. Más de una vez estuvo en peligro, compartiendo el riesgo con sus compañeros más cercanos. No es metáfora decir que estuvo más de 72 horas entre las aguas de la inundación.
Contando con la experiencia alcanzada por el pueblo en grandes movilizaciones como las de Playa Girón y la Crisis de Octubre, entraron en acción las Fuerzas Armadas Revolucionarias con sus medios de rescate y salvamento. Las dotaciones de los tanques, vehículos anfibios y helicópteros, integradas por jóvenes con más ardor revolucionario que experiencia, llenaron incontables páginas de valor y arrojo en la proeza de salvar las vidas de miles de compatriotas dispersos sobre los techos de las casas y en los claros abiertos sobre el agua y el cieno. Además, se estructuró in situ la logística de apoyo con medios técnicos y recursos: medicinas, alimentos, ropas e insumos para la subsistencia de los damnificados. Decenas de brigadas con médicos, enfermeros y personal de apoyo, partieron hacia la zona devastada, bajo la dirección del ministro de Salud Pública, Comandante José Ramón Machado Ventura. Flora determinó, sin dudas, el mayor movimiento hombres y recursos para atender una emergencia hidrometeorológica en la historia de Cuba.
Inmediatamente después de aquel golpe de la naturaleza, el país se enfocó en el futuro: aprovechar y generalizar las experiencias dejadas por el evento. La conceptualización del Líder de la Revolución traería aparejada un sistema nacional integral de protección a la población y la economía, que con el nombre institucional de Defensa Civil tendría la misión de redimensionar las acciones que hasta entonces se adoptaban para proteger al país frente a una agresión armada, que ahora tendrían que aplicarse para prevenir catástrofes como la del Flora y asumir otras funciones que la práctica irá exigiendo más adelante.
Con singular proyección holística, fueron definiéndose los objetivos, estructuras y procedimientos para salvaguardar a la población y la economía en casos de desastres; y de igual manera se reestructuró el Servicio Meteorológico Nacional para hacerlo más eficiente y sustentarlo con mayor rigor científico-técnico. Ello conllevaría transferir el Observatorio Nacional de la Marina de Guerra a la naciente Academia de Ciencias de Cuba, para robustecerlo con un fuerte componente de investigación y desarrollo. Mientras tanto, se impulsaba un ingente programa destinado a construir una infraestructura hidráulica capaz de moderar y gestionar las fuentes y las reservas hídricas del país. En nuestra apreciación, aquel evento natural catalizó un proceso social y económico que devino en una articulación entre el manejo del medioambiente, del recurso agua, y el propósito de darle al país seguridad y soberanía para enfrentar emergencias sobre bases científicas. Fue la eclosión de un movimiento a escala nacional creador de infraestructuras y propulsor de las ciencias naturales, que aparece entre otras expresiones en la Voluntad Hidráulica y el Sistema Meteorológico Nacional.
El acierto de tales decisiones en términos de prevención y manejo de desastres se hizo perceptible de inmediato en la drástica reducción de la cifra de víctimas reportadas en los eventos hidrometeorológicos posteriores. Si comparamos las 1 160 muertes estimadas en ese trágico evento, contra las 106 contabilizadas en 17 huracanes de mayor impacto en Cuba en los 60 años transcurridos de 1964 a 2023, veremos que estas últimas representan 9,13% de las reportadas al paso del Flora.
Sesenta años después de aquel evento, tenemos junto al trágico recuerdo de los daños y víctimas, las incontables experiencias dejadas por Flora.
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