¿Veremos finalmente la desaparición de la OEA?
22 de mayo de 2023
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Las más recientes denuncias del presidente mexicano Andrés Manuel López Obrador acerca de la desprestigiada y agonizante Organización de Estados Americanos (OEA) van colocando los primeros clavos en el sarcófago de tal organización regional, nacida como Unión Panamericana primero y continuada en 1948 con aspecto falsamente renovador y democrático, para convertirse simplemente en un Ministerio de Colonias del gobierno imperialista de turno en Estados Unidos.
No es casualidad que ahora el gobierno de México esté entre los que levante con más fuerza la voz y abogue por la desaparición de ese engendro jurídico-diplomático que no ha hecho más que encubrir los designios hegemónicos de la Doctrina Monroe y convalidar golpes de estado, intervenciones militares y fraudes electorales (uno por uno o todos juntos, según convenga) que pueden llenar una extensa lista que se remonta al lejano siglo XIX.
¿De qué ha servido finalmente la OEA?, se pregunta con razón el mandatario mexicano y así no halla sino solo respuestas negativas sobre el papel jugado por esta institución, concebida pata apretar el cuello hasta la asfixia a quienes no cumplen con docilidad los dictados imperiales. Ese es el balance desgraciado que comenzó con la Unión Panamericana y prosiguió con fuerza tras 1948 en que América Latina y el Caribe parecieron convertirse en “patio trasero” del Imperio yanqui, aunque no exento de rebeldía y gestos de dignidad por parte de patriotas y próceres que nunca faltaron.
José Martí lo advirtió y lo adelantó, cuando asistió como representante de Uruguay a la Conferencia Monetaria y recogió en su pensamiento económico: “Jamás pudiera llegar la locura de una nación hasta prescindir, al fijar la moneda que le sirve para tratar, de las naciones con que ha de hacer los tratos…”.
La OEA ha servido para el encubrimiento y la justificación de cuanta felonía y crimen se ha cometido en Nuestra América y sus secretarios generales -en mayor o menor medida- los han acompañado. No ha existido entre ellos una voz firme y consecuente que se haya arriesgado.
Ninguna tan abyecta, sin embargo, como la actual, quién ha actuado como cómplice vergonzoso del intervencionismo y la agresión contra países miembros, sirviendo a los emperadores de turno en permanente malabarismo e indigna ejecutoria.
No sorprende, por tanto, que el actual presidente de México -país que ha demostrado en sus 200 años de existencia una actuación diplomática generalmente profesional e independiente, con pocas excepciones- abogue por la desaparición del engendro proimperial, que ya tiene alternativas como CELAC, ALBA-TCP, SICA, CARICOM, UNASUR y AEC.
A estas alturas, la OEA ya no tiene espacio en Nuestra América para tratar de introducir de contrabando la ideología y la política imperial.
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