Turquía: neoliberalismo versus realidad
11 de junio de 2013
|Turquía ha sido estremecida en las últimas dos semanas por manifestaciones que ya han dejado varios muertos, más de 1 000 heridos y cientos de detenidos.
La decisión de convertir el único espacio verde del centro de Estambul en un centro comercial y un lujoso complejo de apartamentos, fue el disparador, más que la causa, de la llamada revuelta de Gezi, nombre del lugar.
Los edificios sobre la avenida Cumhuriyet, adyacente al parque, ya se demolieron para dejar espacio a la construcción de costosos comercios y residencias, mientras que la plaza Taksim, emblemática de la ciudad, será convertida en una gran mezquita.
Para mucha prensa occidental el descontento se limita al hecho de convertir un parque en un centro comercial, pero es una apreciación muy limitada y falta de sustento histórico.
Porque detrás de ese hecho, o anterior al mismo, Turquía tiene la aspiración de convertirse en la décima economía del mundo para 2023, cuando se cumplan 100 años de la moderna república turca, con un producto interno bruto de dos billones (millones de millones) de dólares y exportaciones anuales por 500 000 millones de dólares.
Esa meta ha estado estimulada por las inversiones extranjeras en propiedades inmobiliarias en Estambul y a lo largo de la costa del mar Egeo, y por la privatización masiva de empresas estatales.
Pero todo ello, como es lógico, ha tenido un alto costo social y la peligrosa ruta que lleva a una modernidad en detrimento de la historia milenaria y de un desarrollo ajeno al bien ecológico.
La decisión de hacer grandes centros comerciales y otros en lugares donde vivían inmigrantes y marginados que fueron sacados y llevados a la periferia, ha conllevado a las mayores protestas que recuerde esta nación.
El malestar ha subido tanto que no son pocos los lugares donde los manifestantes exigen la renuncia del primer ministro, Recep Tayyip Erdogan y su gabinete.
Las medidas neoliberales han profundizado la brecha entre una burguesía adinerada y una clase obrera desprotegida.
Hay un dato divulgado por la prensa turca, basada en una investigación independiente en el 2012, que retrata a una Turquía con 75 millones de habitantes, que tiene 85 000 mezquitas, 17 000 de ellas construidas en los últimos diez años.
En contraposición, ese país solo cuenta con 67 000 escuelas, 1 220 hospitales, otros 6 300 centros de salud y 1 435 bibliotecas públicas.
El presupuesto anual del Ministerio de Cultura y Turismo es de menos de la mitad que el de la Dirección General de Asuntos Religiosos, que representa a los musulmanes sunitas del país (80 por ciento de la población), según la encuesta.
Por otra parte, se constata que las inversiones extranjeras directas que ingresaron al país desde 2002, principalmente de Qatar, Arabia Saudita, Estados Unidos y Holanda, se han concentrado en especulativos proyectos de bienes raíces.
Para el presente año los planes gubernamentales incluyen la privatización del sistema ferroviario, la aerolínea nacional, las grandes empresas energéticas del Estado, la red de autopistas y puentes, entre otras.
Para muchos especialistas y ciudadanos entrevistados en las propias calles turcas donde se manifiestan, el plan gubernamental de derribar los árboles del parque Gezi es simplemente el último de una serie de proyectos urbanísticos que ignoran el patrimonio cultural e histórico de Turquía.
En esa concepción neoliberal, se concibió y realizó la expulsión reciente de residentes en zonas pobres de la ciudad de Estambul, donde habitaban las minorías Tarlabasi o Sulukule, para construir allí lujosas instalaciones solo al alcance de los ricos.
Ya esa batalla, neoliberalismo versus realidad histórica, ha teñido con sangre las calles de Turquía, por parte de quienes se enfrentan pacíficamente a una política discriminatoria y de olvido al patrimonio nacional.
Comentarios