José Domingo Blinó: Poeta de las alturas (I)
22 de noviembre de 2022
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Con toda razón afirmó el escritor Orlando Carrió que: “Cuando se habla de la globomanía cubana del siglo XIX todos los méritos se los lleva Matías Pérez por aquello de que «Voló como…», sin embargo, creo que vale la pena destacar que junto a este guerrero del aire se destacan otros muchos pilotos, entre los que figura, por derecho propio, el hojalatero José Domingo Blinó, oriundo de La Habana, un hombre innovador e intrépido como pocos, quien es bautizado por sus contemporáneos con el noble apelativo de «Poeta de las alturas».
Se conocía que Blinó era un apasionado admirador de la aeronáutica. Y que siempre estuvo presente, sin perder detalle alguno, en todas las subidas de globo que tuvieron por escenario La Habana y Matanzas.
Sin embargo, fue una sorpresa, incluso para sus amigos, que este mozo, jorobado, por más señas, se consagrara al riesgoso oficio de aeronauta. Algunos afirman que en buena medida lo que despertó el amor propio del cubano fue, entre otros sucesos, la existencia de la primera mujer aeronauta en la isla, la orleonesa Virginia Marotte, quien se arriesgó a tomar altura a bordo de un globo situado en el entonces llamado Campo de Marte, hoy Parque de la Fraternidad.
Para entonces Blinó poseía un taller en la calle de Teniente Rey, donde –se asegura, por cierto- obtuvo el privilegio de forjar de metal las hormas de azúcar, que hasta entonces se hacían de barro.
La ascensión de este valeroso cubano fue anunciada, como era de suponer, a bombo y platillo por el Diario de La Habana, donde el mismísimo joven manifestó su interés de ofrecer a esta ciudad, un espectacular viaje al espacio aéreo subido en un globo.
Como se sabe, La Habana ya había sido testigo de tales hazañas, pero hasta ese momento, sus protagonistas habían sido extranjeros, como los franceses Eugenio Robertson y Adolfo Theodore, y para colmo en esa lista de osados había también una mujer, la orleonesa Virginia Marotte.
Cubano alguno se había aventurado a tanto, así cuando se conoció de la propuesta del valiente mancebo José Domingo Blinó, el júbilo inundó la ciudad.
Desde las páginas del Diario de La Habana, el hojalatero declaraba: “Nada he omitido para ser digno de este ilustrado público en la nueva ascensión”.
“No contento con los conocimientos que he podido adquirir por medio de un estudio bastante detenido, he consultado, además, con los mejores profesores de física y química”.
“Y ayudado de sus conocimientos he repetido ensayos una y muchas ocasiones, aun cuando los resultados fueron los más felices, desde el primero”.
Para Blinó todo fueron elogios.
La prensa lo encumbraba con palabras como estas: “No habíamos presenciado, ni jamás lo esperábamos, que un joven al que sólo alentaba el amor al arte, se atreviera por primera vez a romper las columnas del éter e invadir sus regiones ignoradas”.
Para favorecer tan audaz como costoso proyecto, se convocó a una suscripción popular, iniciada por el propio capitán general Dionisio Vives, cuyos resultados no pudieron ser más favorables.
Los habaneros en aquella ocasión no sólo serían testigos de la demostración del primer aeronauta nativo de la Isla -como se decía entonces- sino también de la subida del primer globo construido totalmente en Cuba, lo que para la época representaba un verdadero esfuerzo y un gran mérito.
El mozo se lanzó a los aires, el 30 de mayo de 1831, a las seis y cuarto de una tarde tempestuosa desde la Plaza de Toros del Campo de Marte, donde hoy se levanta el Capitolio de La Habana.
“Era un valiente que se ganó la admiración pública” como escribió Álvaro de la Iglesia en sus Tradiciones Cubanas.
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