La mirada martiana sobre los canarios
18 de noviembre de 2022
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Desde los primeros siglos coloniales, los habitantes de las Islas Canarias fueron un grupo mayoritario venido a Cuba, inclusive a lo largo del siglo XIX cuando se diversificó la emigración de las regiones de España hacia nuestro país. Muchos de esos isleños repudiaban la monarquía y no fueron pocos los que se unieron a los combatientes por la independencia cubana, tanto durante la Guerra de los Diez Años como en la de Independencia, y algunos llegaron a alcanzar el grado de general.
José Martí, quien mantuvo como principio que la república por fundar no podía excluir al español residente en Cuba, dedicó espacio a los canarios en uno de sus escritos en el periódico Patria el 27 de agosto de 1892. “Los isleños en Cuba” es su título. Allí refiere la conducta libertadora de su compañero en el presidio y en las canteras habaneras, el canario Joaquín Montesinos, al que reencontró en República Dominicana presidiendo un club del Partido Revolucionario Cubano.
En dos de sus tres párrafos, explica con hondura de sociólogo, las singularidades del pueblo canario que lo intiman con los cubanos y que conducían a muchos de ellos a apoyar la independencia de la isla antillana.
“Ni es raro que el hijo de las Canarias, mal gobernado por el español, ame y procure en las colonias de España la independencia que por razón de cercanía, variedad de orígenes, y falta de fin bastante, no intenta en sus islas propias.” Martí se refiere probablemente a la situación a finales de aquel siglo, cuando solo Cuba y Puerto Rico quedaban como colonias hispanas en América, pues más adelante no deja de advertir cómo durante las luchas de principios de la centuria muchos canarios apoyaron a España en el continente: “…mientras no se le despierta su propia idea confusa de libertad, atacar, más que auxiliar, a los hijos de América, en quienes el gobernante astuto les pintaba el enemigo de su bien raíz.” Y, unas líneas antes el Maestro ha explicado en esa conducta el peso de la propiedad del minifundio del campesino canario: “Del bien raíz suele enamorarse el hombre que ha nacido en la angustia del pan, y cultivó desde niño con sus manos la mazorca que le había de entretener el hambre robusta…” Y aclara de inmediato: “Pero no hay valla al valor del isleño, ni a su fidelidad, ni a su constancia, cuando siente en su misma persona, o en la de los que ama, maltratada la justicia o que ama sordamente, o cuando le llena de cólera noble la quietud de sus paisanos.”
Y culmina el párrafo final con preguntas que indican su perspicaz atención hacia las peculiaridades de la identidad canaria: ¿Quién que peleó en Cuba, dondequiera que pelease, no recuerda a un héroe isleño? ¿Quién, de paso por las islas, no ha oído con tristeza la confesión de aquella juventud melancólica?”
Con una verdadera declaración de amor termina Martí sus juicos hacia los canarios: “Oprimidos como nosotros, los isleños nos aman. Nosotros, agradecidos, los amamos.”
Como siempre, la mano del líder de los patriotas cubanos tendida, con amor, hacia los necesitados de la justicia.
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