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Muralla que abraza

12 de noviembre de 2022

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 Por: Yimel Díaz Malmierca

La muralla de La Habana fue un signo de distinción que la metrópoli otorgó al enclave urbanístico de mayor importancia estratégica en Cuba desde el siglo XVI. No obstante, su construcción significó también una carga económica para la vecindad y décadas de arduo trabajo para un sinnúmero de contratistas, aparejadores, delineadores, canteros, albañiles, caleros, carpinteros, herreros, cerrajeros, y artilleros.  Las labores más duras fueron realizadas por esclavos, libertos, y presos, así como por soldados devenidos peones.

Con el paso del tiempo, el añoso muro devino obstáculo y fue demolido, pero siempre le acompañó ese anhelo de narrar la ciudad y de ser un ¿silencioso? testigo del acontecer. Esa es quizás una de las razones que explica el interés de quienes, en medio del desmontaje, decidieron preservar fragmentos de aquella barrera fortificada que hoy vemos en algunos lugares, aunque hubo un sector marítimo o muralla de mar que no corrió igual suerte y en gran medida devino cimientos de lo que hoy conocemos como Avenida del Puerto.

Poco se ha hablado de esa sección, y menos aún se visualiza cuál habría sido, con certeza, el trazado que dibujó sobre el arrecife.  Iluminar esa zona del conocimiento y de la historia de la ciudad es uno de los propósitos del Parque Arqueológico Muralla de Mar al que pertenecen los sitios que, a propósito del aniversario 503 de la fundación de La Habana, serán dotados de una nueva y enriquecida visualidad que, para ahondar en saberes, nos llevará desde la imagen bidimensional a la infografía, a la web 2.0 y el código QR, mediante el cual los interesados podrán ahondar en saberes e información.

 

Trazas de vida

Los expertos Roger Arrazcaeta y Karen Mahé Lugo Romera sostienen que la investigación de campo que realizan desde el Gabinete de Arqueología de la Oficina del Historiador de la Ciudad de La Habana (OHCH) documenta sucesos de la historia, así como tradiciones y formas de vida, tal como decía el historiador Eusebio Leal, la arqueología es el fundamento de la restauración. Las décadas que junto a otros especialistas han dedicado a estas labores permiten visualizar y explicar procesos como el de la construcción y deconstrucción de la muralla.

Esa barrera fortificada fue la obra militar más grande e importante del siglo xvii en Cuba. Se extendió a lo largo de casi cinco kilómetros y rodeó prácticamente toda la ciudad, por tierra y por la orilla de la bahía. Estudiarla ha sido un tema recurrente desde los tiempos iniciales de la Comisión Nacional de Arqueología, fundada en 1937, y a la cual pertenecieron intelectuales como Fernando Ortiz (1881-1969), Emilio Roig de Leuchsenring (1889-1964), y José María Chacón y Calvo (1893-1969), el español Manuel Pérez Beato (1857-1943) y otros.

Las investigaciones específicas en el sector marítimo comenzaron en la década de 1980, bajo la dirección general del historiador Eusebio Leal Spengler y del arqueólogo Leandro Romero Estévanez, con la participación de un equipo de trabajo de la Empresa Provincial de Reparación a Edificaciones, posteriormente Empresa de Restauración de Monumentos.

Entre 1983 y 1986, se excavó y expuso el área de la Maestranza de Artillería, el lienzo contiguo y la garita de San Telmo. A continuación, entre 1986 y 1987, se exploró la Cortina de Valdés que permitió hallar algunas hiladas de la parte inferior de la muralla y diez cañones Barrios fabricados en España.

La necesidad de que los especialistas del Gabinete intervinieran en otros espacios patrimoniales de la Oficina postergó la investigación y no fue hasta el 2006 que, bajo la conducción de Arrazcaeta, un grupo de especialistas del Gabinete de Arqueología y estudiantes de esa especialidad de la Escuela Taller de La Habana Gaspar Melchor de Jovellanos, retomaron las labores y desenterraron algunos de los restos de la Cortina de Valdés, de El Boquete, cimientos parciales de la pescadería de 1835 y del Cuerpo de Guardia de la muralla.

«El trabajo fue duro, bajo el sol abrasador del verano —aseguró Mahé Lugo— y sujeto a las complicaciones propias del lugar, como el inestable nivel del manto freático, susceptible a las mareas».  Durante esas incursiones hallaron «un interesante estrato de basurales en condiciones anaeróbicas, con evidencias orgánicas (cuero, madera y semillas) e inorgánicas (cerámica, vidrio, piedra y metales) de los siglos xvii y principalmente del XVIII», piezas que ahora mismo aguardan por las condiciones propicias para ser exhibidas.

Más cercano en el tiempo, entre los años 2016 y 2017, se realizó una excavación de más de 62 metros de largo que permitió estudiar los restos pertenecientes a la batería de San Francisco Javier, construida con argamasa de cal hidráulica y excelente sillería.

Los sitios investigados han aportado investigación novedosa y parte de ella será publicada por primera vez en un artículo de Roger Arrazcaeta, director del gabonete de Arqueología, en el próximo número de la revista Cuba Arqueológica. Con ello y los saberes de otros expertos de la OHCH se irán conformando las páginas de un proyecto mayor: el Parque Arqueológico Muralla de Mar, que pretende dar luz a ese muro que una vez quiso abrazar a la ciudad.

La Real Maestranza de Artillería, erigida en 1842, se levantó sobre una maestranza anterior, edificada en el siglo XVII, de cuya fundición salieron cañones y campanas destinadas a las labores de las tropas coloniales en América. Más tarde estuvo allí el Cuartel de San Telmo y finalmente el espacio fue empleado en un renovador proyecto cuyos cimientos fueron revelados en la década de 1980 del siglo XX. La edificación tuvo una sobria fachada neoclásica y en ella radicaron oficinas, almacenes, alojamientos de oficiales y soldados, así como modernos talleres para fabricar, transformar y dar mantenimiento a armas y proyectiles. En 1899 las tropas hispanas abandonaron el edificio y fue ocupado entonces por el gobierno interventor de Estados Unidos. Durante la década de 1930 el lugar fue demolido por la construcción del Malecón y la Avenida del Golfo o del Puerto. Como parte del trabajo de campo de los arqueólogos, se identificaron allí conductos de desagüe y parte de la traza de la muralla. De particular interés resultó el hallazgo de los restos de un horno de cubilote, estructura cilíndrica vertical revestida de material refractario donde es posible fundir casi todas las aleaciones de hierro hasta su estado líquido.

La Cortina de Valdés fue un pequeño paseo arbolado con escalinatas de acceso en la calle Tacón, desde Mercaderes y Chacón. Fue proyectado en 1841 durante el gobierno de Gerónimo Valdés y diseñado por el ingeniero militar mexicano Mariano Carrillo de Albornoz. La alameda se elevaba a unas dos varas (menos de 2 metros) sobre el nivel de la calle, tenía una longitud de 200 varas (167 m) y unas 30 (25,5 m) de ancho. En 1903 fue preciso nivelar las calles para que circulara el tranvía por esa zona y los restos de la Cortina quedaron cubiertos por una capa de asfalto que empezó a ser removida en la década de 1980 por los arqueólogos.  De la exploración sobresale el hallazgo de diez cañones Barrios fabricados en España durante el siglo XIX. Se comprobó que nunca fueron disparados, y que su rol fue puramente ornamental.

El Boquete, también llamado Boquete de Juan de Rojas, de los Pimienta, o de la Pescadería se corresponde con un pequeño entrante costero por donde escurrían las aguas de lluvia procedentes de la ciudad y que hoy coinciden con el inicio de la calle Empedrado. En los siglos xviii y xix fue utilizado como punto de atraque y descarga de pequeñas embarcaciones pesqueras que llevaban sus capturas hasta la cercana Pescadería. A fines de la década de 1920 toda el área quedó asfaltada como parte de la ampliación de la Avenida del Puerto.

La Pescadería fue un modesto e insalubre establecimiento del siglo xviii, ubicado muy cerca de El Boquete y de La Catedral. En 1835 es sustituido por una edificación moderna, financiada por el comerciante catalán Francisco Marty y Torrens, quien se dedicaba al negocio de la pesca, la navegación y el tráfico ilegal de indios mayas a Cuba. El nuevo inmueble fue una obra de mampostería de estilo neoclásico de planta rectangular con aproximadamente 49 m de largo y 16 m de ancho, poseía mostradores recubiertos de mármol blanco y piso enlosado. Funcionó hasta 1899.

La batería de San Francisco Javier estaba dispuesta entre El Boquete y la batería de Santa Bárbara, esta última a un costado de uno de los baluartes del castillo de La Real Fuerza. Fue construida por el ingeniero militar Bruno Caballero entre los años 1727 y 1733. Un plano del 16 de agosto de 1762, firmado por el ingeniero militar en jefe de la Plaza de La Habana Baltasar Ricaud, muestra al enclave con un parapeto de nueve troneras en las que se ubicaba el armamento reglamentario (cañones calibre 24 y 18). Durante el ataque y bombardeo de los británicos a La Habana, en el verano de 1762, la batería entró en combate y recibió varios impactos de la artillería enemiga. En 1763 su reparación formó parte de los planes estratégicos de defensa a cargo del ingeniero Silvestre Abarca. Es posible que hacia esa fecha se haya transformado en una batería a barbeta, como se aprecia en imágenes del siglo XIX y principios del XX.

 

(Tomado de Habana Cultural)

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