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Ignacio Cervantes y sus danzas eternas

31 de mayo de 2013

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En días recientes, hemos asistido a un evento especialmente atractivo, el I Encuentro de Jóvenes Pianistas, que ha reunido en La Habana a noveles artistas de China, Rusia, España, Estados Unidos y otras naciones, gracias a la iniciativa de un artista y pedagogo cubano residente en Estados Unidos: Salomón Gadles Mikowsky, quien une a la respetabilidad como académico la generosidad de un mecenas, pues no hay que olvidar que a él se debe la donación de piano Steinway emplazado en la sala Ignacio Cervantes del antiguo Casino Español.
Precisamente ese salón presenció el pasado 26 de mayo la presentación de una nueva edición del libro Ignacio Cervantes y la danza en Cuba, obra derivada de una acuciosa investigación del maestro Gadles, que había sido publicada en 1988 por la Editorial Letras Cubanas y que ahora vuelve a la luz con el sello de las Ediciones Boloña de la Oficina del Historiador de la Ciudad.
Este libro nos introduce en un compositor extremadamente vital de la segunda mitad del siglo XIX. Nacido en el seno de una familia de apreciable solvencia económica en 1847, a diferencia de la mayoría de sus colegas habaneros, Cervantes pudo recibir una formación artística particularmente sólida. Fue una especie de niño prodigio, elogiado nada menos que por el célebre virtuoso Luis Moreau Gottschalk en su primera visita a la Isla. De él recibió importantes lecciones que luego continuó con el más notable de los pianistas cubanos de la época: Nicolás Ruiz Espadero.
En el Conservatorio de París fue alumno de Marmontel y Alkan, y ganó un gran premio de piano con la ejecución del Quinto concierto de Hertz. Regresó a Cuba pero a causa de su apoyo a la causa independentista tuvo que exiliarse en Estados Unidos donde realizó importantes labores artísticas y patrióticas. De regreso a la Isla, unos años después, en 1895 tuvo que marcharse a México por la hostilidad de las autoridades coloniales, pero en 1900 ya estaba en Cuba, donde, entre otras muchas ocupaciones dirigía la orquesta del Teatro Tacón. Su última salida al extranjero fue en 1902, poco después de la proclamación de la República, como “Embajador de la música cubana” en la Exposición de Charleston. Falleció en La Habana el 29 de abril de 1905,
Aunque en su catálogo hay apreciables composiciones líricas o sinfónicas, Cervantes fue sobre todo un compositor para el piano. Él  llevará a la danza cubana al máximo de sus posibilidades compositivas y más que piezas bailables, creará obras de concierto, de fuerte carga psicológica, donde encarna mucho de lo mejor del espíritu musical de la Isla. Cuando escuchamos algunas de sus danzas más difundidas como Los tres golpes, Adiós a Cuba o Los muñecos, sentimos que estamos en el terreno de lo propio bien asimilado. Paradojas de la historia, quien hubiera pensado pasar a la posteridad por una ópera o una sinfonía, se ha inmortalizado con sus piezas más humildes y familiares, las que empleaban su idioma de andar por casa.

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