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José Martí y el gran valor que le concedió a las letras y las palabras

6 de mayo de 2022

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José martí en los diversos trabajos y discursos, así como cartas que escribió en diferentes etapas de su breve existencia expuso diversos criterios relacionados con la importancia que le atribuyese a las letras y las palabras y sobre todo el valor que le diera a su utilización adecuada para expresar conceptos y detallar principios que enriquecieran espiritualmente a los seres humanos.

Por ejemplo en sus Cuadernos de Apuntes precisó que no hay letras, que son expresión, hasta que no hay esencia que expresar en ellas.

Manifestó además que las letras tienen su decoro y que éstas sólo pueden ser enlutadas en un país sin libertad.

También en una de sus secciones tituladas Cartas reflejadas en La Nación de Buenos Aires, en este caso en la edición correspondiente al 11 de enero de 1885, Martí aseguró que de impresiones viven las letras, más que de expresiones.

Varios meses después en la Revista Venezolana, el primero de julio de 1885, expuso otro concepto en relación con las letras al detallar: “Son las letras como madres generosas sobre cuyas rodillas se apaciguan las fugaces querellas de sus hijos.”

Sí Martí destacó la trascendencia de las letras en general, igualmente habló y ó escribió sobre las palabras, acerca de las cuales planteó que no valen sino en cuanto representan una idea.

En sus Cuadernos de apuntes, igualmente afirmó que las palabras han de ser brillantes como el oro, ligeras como el ala, sólidas como el mármol.

Pero algo muy importante es que él interrelacionó las palabras con la actitud y el decoro de quienes eran capaces de utilizarlas para expresar una idea.

Para ejemplificar esto baste tener en cuenta un principio suyo reflejado en La Nación de Buenos Aires, el 15 de abril de 1887. Él aseguró al respecto: “¡Grande es la palabra cuando cabalga en la razón!”

Martí supo utilizar la palabra para expresar sus sentimientos, motivaciones y anhelos y también, de manera esencial, para combatir en defensa de la causa de su pueblo y reflejar otros aspectos de gran contenido humano.

Según él expresó en el prólogo a la obra Cuentos de hoy y de mañana, de Rafael de Castro Palomino, publicado en Nueva York en 1883, la palabra es una coqueta abominable, cuando no se pone al servicio del honor y del amor.

Igualmente en un significativo discurso pronunciado el 10 de octubre de 1890 en el Hardman Hall de Nueva York afirmó con particular relevancia: “Las palabras deshonran cuando no llevan detrás un corazón limpio y entero. Las palabras están demás cuando no fundan, cuando no esclarecen, cuando no atraen, cuando no añaden.”

Martí desechó todo aquello que pudiera significar la utilización de palabras vacías, sin contenido de ningún tipo, o que no estuvieran en correspondencia con una actitud digna.

Precisamente al escribir sobre Carlos Manuel de Céspedes e Ignacio Agramonte, en un trabajo publicado en El Avisador Cubano, en Nueva York, en octubre de 1888, precisó que las palabras pomposas son innecesarias para hablar de los hombres sublimes.

Unos meses antes, exactamente el 28 de julio de 1887, en un trabajo titulado El Monumento de la prensa, publicado en La Nación, de Buenos Aires, había expuesto: “Hay tanto que decir, que ha de decirse en el menor número de palabras posible; eso sí, que cada palabra lleve ala y color.”

En torno a la trascendencia de las palabras Martí destacó, además, en un trabajo publicado en el periódico Patria, el 10 de abril de 1892: “La palabra es fuerte y bella cuando sale de un corazón que conoció la gran virtud.”

De cómo Martí supo cautivar con el empleo tanto de la palabra tanto oral como escrita dejaron constancia algunas personas que se relacionaron con él de modo directo.

Por ejemplo Blanche Zacharie de Baralt, en su libro El Martí que yo conocí, editado inicialmente en Cuba en 1945, detalló: “Martí, ya se sabe, era un trabajador formidable; sus obras comprenden ensayos, disquisiciones filosóficas, discursos políticos, críticas de arte, periodismo de alta categoría, teatro, novelas y poemas, sin hablar de sus cartas, que son originalísimas, chispeantes, a veces tiernas y siempre exquisitas. Le encantaba escribir; la pluma en su mano, delgada y nerviosa, parecía parte integrante de su ser; como el atributo de una divinidad mitológica; lo identificaba.

“No obstante el cúmulo de trabajo que lo presionaba, siempre encontraba tiempo para atender escrupulosamente a su correspondencia, pues era la finura personificada y tenía gusto en comunicarse con sus amigos o compañeros para informarles de alguna noticia y hacerles sentir su interés palpitante en la causa común.” (*)

Y sobre sus cualidades como orador también manifestó La Zacharie: “Hablando, sin afectación, su vocabulario era, no obstante, escogido. Empleaba, a veces, términos superiores a la comprensión de gente sencilla; pero su tono era tan sincero, tan convincente, que las palabras iban derecho al corazón de sus oyentes: daban infaliblemente en el blanco. Sus vividas imágenes, sus exhortaciones fervientes, hacían el resto.

“El verbo de Martí en los momentos culminantes del discurso era un vendaval imponente cuya ráfaga barría cuantos obstáculos se le oponían. Las ideas se precipitaban con tal ímpetu que costaba trabajo seguirlas, y sólo al leer con calma esas frases candentes, refrescadas por la letra de molde, se da uno cuenta cabal de su forma y contenido magistrales. La imaginación del orador trabajaba con más rapidez que la de su auditorio que no podía siempre seguirlo y necesitaba una pausa para poderlo alcanzar.” (**)

 

(*) Fuente: Libro El Martí que yo conocí, Centro de Estudios Martianos, Editorial Pueblo y Educación, 1990.

(**) Idem

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