“Partagás”: la deshumanización en el teatro
6 de abril de 2022
| |Fotos cortesía de Daniel Cervantes
El arte contemporáneo y sus expresiones más simbólicas en manifestaciones artísticas como el teatro, trata de explicar para sí y más allá de la pluralidad ideológica existente, ciertos valores morales que se trasvertizan en la sociedad a partir del registro de los hábitos y de la memoria en lo supuestamente humano.
Me refiero entonces a la deshumanización de la propia existencia, de la singularidad del ser y la manera de obrar entre tiempos tan difusos e incongruentes como el pasado y el presente. Una suerte de consideración al desnudo que nos propone la obra Partagás, a cargo de Medea Teatro con texto de Yerandy Fleites y Dirección General de Pepe García.
Esta puesta en escena creativa y sin rimbombancia estética se presenta en el atractivo y acogedor sitio de Habana Espacios Creativos perteneciente a la Oficina del Historiador de la Ciudad de La Habana, y estará en la cartelera promocional de la institución, durante este 7, 8 y 9 de abril en el horario de las 6 de la tarde con entrada libre al público, luego de su primera presentación el pasado fin de semana.
Con independencia a la loable diversidad de poéticas que hoy muestra en acciones dramáticas el teatro cubano, ciertos mapas y asociaciones posibles pueden ser colegidos, a partir de algunas afinidades, voluntarias o no, entre los dramaturgos que pretenden recordarnos esos aires frescos de una tradición en la historia de más de 300 años. En esta ocasión, apostando a la polémica forma de contar la Cuba contemporánea utilizando símbolos universales, entre ellos, la música (el mambo de Pérez Prado), el deporte (fútbol) y con él la personalidad de Maradona, hasta los más llamativos encuentros literarios del clasicismo francés, la poesía de Neruda, o las más reiteradas jergas del populismo criollo en su andar cotidiano.
“Partagás” habla del agitatado mundo del bullying, la soledad, la apatía, como mismo la inexperiencia, y los citados ídolos, que como Francis Bacon diría en su teoría filosófica tratan de arraigarse en la misma naturaleza humana como los ídolos tribus. Esos que suelen representarse como comunes a muchos hombres, pero con la observancia de suponer en contextos distintos, más que una armonía, lo que subyace escondido y lejano en otros, como ese espigado prefacio a la sugerente cosecha de la conveniencia.
Quizás por esta misma razón, Medea Teatro se muestra en la escena osada e irónica, desestructurante y hereje, tendiente a exaltar lo meramente instintivo, y, por así decirlo, animal del hombre. Las virtudes altamente humanas aquí no derivan en el anhelo de angelismos, o entretenidos espíritus dionisíacos, más bien, en corajudos personajes transparentes, identificados en la honestidad que se calla o se volatiza por miedo a la ridiculez, el espanto, o la soberbia de la culpa.
Pichulita Cuéllar, interpretado magistralmente por Yarin Calderín, es un personaje exorcista, alienante y pasional, donde el exhibicionismo de su desarticulado y ceniciento órgano sexual ha sido quebrantado por la ira más desenfadada de lo monstruoso y lo trágico: la mordedura animal. Un suceso fortuito y cuasi salvaje, que se me ocurre pensarlo como el hecho de la metáfora que subyace en lo que somos.
En el escenario aparecen una y otra vez los límites morales del teatro cubano y universal, desde un referente como Carlos Díaz con teatro “El Público”, hasta lo más etnográfico del teatro popular en los espacios comunitarios, donde la expresión de la comuna, de la ciudad en sí misma, se convierte en personaje ideal para escenificar. Para ello, se emplean a fondo, en una minimalista escenografía, vestuario sencillo, y un perspicaz ejercicio de observación a través de la luz, donde el espacio de actuación se llega a transformar por medio del acto teatral en compromiso de una reflexión moral a priori en el objeto mismo de la obra.
Judas, el antagónico a Pichulita Cuéllar, caracterizado por Lowe, casi que designado como un caníbal perverso es a su vez carne de cañón de su propia voluntariedad. Además de místico e invasivo, es un personaje histórico que se abre paso en medio de la ficción para de modo particular fantasear el producto de la catarsis, en un acto moral supuestamente ingenuo y visceral como suele ser la venganza y lo ético.
Hace tiempo que son frágiles, muy frágiles los principios humanos. El propio modo en que se ha interpretado y normado el valor testimonial de algunas subjetividades completamente olvidadas, hace que afloren la pelea contra los demonios como la significara en su película Tomás Gutiérrez Alea. Una manera en la que se muestra también “Partagás” al reconstruir los episodios de una era contemporánea y un espacio idealizado de presencias/ausencias antagónicas a través de las crónicas diarias del mundo preuniversitario de una parte social de La Habana.
Sirvieron entonces los pretextos verbales o plásticos dotados de propia vida en el mapa social de otros personajes como antihéroes, guaricandillas, románticos y hasta los conocidos socitos, para atraer a la sumisión, la rebeldía, la anarquía y hasta el lirismo museable de unas instantáneas en la escena dramática. Estas últimas por momentos se mostraron con fisonomías de humor negro, valiéndose de la complicidad del texto para en forma de jugada Jake mate, también terminar enseñándonos aquello que ya el cine nos había mostrado hace un tiempo, hacer teatro en el teatro.
La naturaleza humana de la traslación de Jessica García en el personaje de Teresita Arrate, por cierto su debut en el teatro, cuando recientemente concluyó su primer año en la carrera de Arte Teatral en la Universidad de las Artes (ISA), junto a su colega de año, Tomás Agüero en el personaje de la Chabuca, fueron mostradas y valoradas con acierto, a pesar de la complejidad de sus caracterizaciones psicológicas y la experticia juventud en la especialidad actoral.
A mi modo de ver, Chabuca transitó en la escena como quiso, luciendo la escultura de sus ejercicios, escala y pasajes de transformismo sexual como un soberano profesional, siendo capaz de robar la más majestuosa reverencia, y hasta llegar hacernos partícipe de su extrovertido personaje.
Ovaciones para Lalo, el socito del protagonista, en la piel de Ernesto Pazos que nos incitó a pensar en las escaramuzas de la inocencia, aquella que se muestra como valor arrepentido, pero que es tan culpable como quien lanza la piedra, escondiendo su más irónico rostro de la decencia humana.
Pareciera entonces que “Partagas”, como mismo el filme de “Anticristo del conocido danés Lars Von Trier, se presenta como otro ensayo más de la deshumanización en lo humano, pero no es solo así. Aquí el relato dramatúrgico se teje con el hilo y la aguja más fina de lo que particularmente se quiere decir y aportar en términos de destino final y responsabilidad social. Pues resulta que el penoso hecho de la castración se coloca en el peliagudo escalón de la adolescencia, donde a prueba de valor la familia no reza.
Tras la cuartada de un humanismo radical y extremista, Pichulita Cuéllar, sale airoso, aunque perseguido facistoidamente por unos supuestos colegas de año, que no entienden lo dudoso del enfoque ideológico de la cultura patriarcal. Aquella que se resiste aún a pensar en lo indistintamente contrario, en lo que va más allá de una amenaza al matriarcado, u otro tipo de formulación quijotesca de la grupalidad social.
Según avanza la trama, la entrada y salida de los personajes casi en el mismo ambiente escénico, por cierto a ratos un tanto incongruente en su presencia instantánea en la escena, vuelve a interrogarnos en ese intercambio de roles, donde lo bárbaro lejos de sobresaltarnos, termina coqueteando a nuestra excitación visual.
Se trata en ocasiones también de subir la parada por momentos, cuando en determinada escenas unos actores le piden al otro a través de la mirada, la inflexión de la voz y la gestualidad en un reto más escénico. Quizás porque las energías y el riesgo que supone actuar por momentos acabaron traicionando aquello que parecía ser el antiteatro de culto a los paradigmas de Shakespeare o el más icónico teatro vanguardista. Válido resulta el hecho de la música original compuesta para la obra a título de Jorge Antonio Fernández Acosta.
En definitiva, la obra Partagás es acogedora, viva y atractiva, nos seduce por sus constantes volteretas artísticas, más bien, nos critica a la crítica, volviéndonos a referir que los gustos y desconfianzas en la manera de ser, suelen ser tan subjetivos como mismo puede ser sentenciada una idea como verdad o certeza.
Seguro estoy que el público que asista a la presentación de esta juvenil obra en la sede de Habana Espacios Creativo, ubicado en la calle Teniente Rey esquina Habana en el Centro Histórico, va corroborar sin terapias moralistas, ni sobresaltos, la propuesta de varios jóvenes que hablan con sinceridad y preocupación de la existencia humana en tiempos de adolescencia.
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