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Valoraciones de José Martí sobre Peter Cooper

24 de septiembre de 2021

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Durante su larga permanencia en los Estados Unidos de América José Martí hizo referencia en sus trabajos periodísticos a de distintos aspectos de la vida en ese país y también comentó acerca de la labor de destacadas personalidades.

Sobre el industrial, inventor, filántropo y político estadounidense Peter Cooper trató en dos trabajos periodísticos.

Nacido en 1791 y fallecido en 1883 Cooper fue un inventor, fabricante y filántropo estadounidense.

En el primer trabajo que Martí escribió sobre Cooper, reflejado en La Opinión Nacional, de Caracas, el 4 de marzo de 1882, expresó: “Y ¡quién es ese viejecillo, de espalda corva, y alba y lacia melena, que va camino de casa grande, que él ha hecho casa de leer para los trabajadores, apoyado en su bastón nudoso, y en el brazo de su hija que lo mira con amor?”

Como respuesta a dicha interrogante detalló: “Es Pedro Cooper, amigo de los hombres que acaba de cumplir noventa y un años. Él ha creado ese Instituto Cooper, para que los obreros lean libros y periódicos, y tengan cátedras de bien sentir y bien pensar, en las que cada sábado se sienta a hablar con aquellos hijos suyos, el trémulo anciano. ¡Como lo vitorean los buenos obreros!”

Y tras plantear que la noche es la recompensa del día y que la muerte es la recompensa de la vida detalló que la vida es una lucha a dentelladas, en que los hombres detractores echan abajo, royendo como gusanos o espadeando como guerreros, las fortalezas que acumulan, para ampararse de la pasión y estar más cerca de lo alto, los hombres creadores.

Recordó que Cooper “va todas las mañanitas, como padre a ver su hijo, a su Instituto beneficioso; y volviendo fuerte de sus pláticas con la naturaleza, como impregnado de una luz extraña, que parece luz de luna, a poner paz y amor entre los hombres.”

Culminó ese breve trabajo con la siguiente afirmación: “¡No han de decir los poetas que no hay en este tiempo en que vivimos caudales de poesía, sino que son tales las maravillas de este tiempo, que ni el concebirlas ni al narrarlas cabe ya en la mente de un poeta maravilloso! Tal vez la poesía no es más que la distancia.”

Algo más de un año después Martí nuevamente hizo referencia a Cooper en una Carta a La Nación, de Buenos Aires, fechada el 9 de abril de 1883.

Señaló: “Las banderas están a media asta, y los corazones: Peter Cooper ha muerto. Éste que deja es un pueblo sin hijos. Yo no he nacido en esta tierra –ni él supo jamás de mí- y yo lo amaba como a un padre. Si lo hubiera hallado en mi camino, le hubiera besado la mano.”

También comentó que había muerto con el aplauso de toda la ciudad y que le pusieron un lirio sobre el pecho y añadió: “…así fue a la tumba: ¡oh pecho maravilloso aquel en que, tras noventa y tres años de vida en la tierra, se abre un lirio.”

Martí precisó que se postra la tierra con justicia al ver morir a un hombre que ha sacado la túnica inmaculada de su paso por el ejército de fieras.

Y con respecto específico a las características de Cooper manifestó: “Amó, fundó, consolidó. Practicó el Evangelismo humano. Puso paz en los corazones rencorosos, pan en las manos tendidas, alimento en las inteligencias avarientas, dignidad en la vida, ventura en sí, y gloria en su pueblo.”

Y más adelante aseguró: “Durante su vida cavó la tierra, desmontó bosques, zurció telas, inventó máquinas de cortarlas, máquinas para hacer tranquilo el sueño de los niños, para vaciar las minas, para navegar los canales, para enfrentar el vapor, antes de él rebelde, como colérico de verse preso. La tierra, como próvida madre, le abría su seno. Hirvió metales, que es ejercicio que da singular fuerza: parece que en las hornallas bullen mundos: el resplandor de estos hornos da a los hombres aspecto de dioses.”

Martí planteó que vivió serenamente, porque vivió sin pecado y que era tan tierno que parecía débil; pero tenía esa magnífica energía de los hombres tiernos.

Además significó: “Lloraba de oír a un niño; pero echaba a andar por las selvas la primera locomotora que cruzó con éxito tierras de América; y de hacer, con su arte sombrerero, un gorro a una anciana vecina, se levantaba para dibujar con mano firme una máquina de avasallar y utilizar el poder de las mareas.”

Igualmente Martí afirmó que para Cooper, no era un mérito hacer bien, sino un crimen dejar de hacerlo.

Precisó que hubiera temblado de espanto, como si sobre él fuera a descargarse mano tremenda y monstruosa, el día en que no hubiese hecho buena acción y añadió que creía que la vida humana era un sacerdocio y el bienestar egoísta una apostasía.

Más adelante en su trabajo Martí detalló: “Y él vio que quién se encierra en sí, vive con leones: y quién se saca de sí, y se da a los otros, vive entre palomas.

Especificó que nunca fue fuerte de cuerpo, “lo cual no precisa siéndolo de alma.”

Y además aseguró: “Jamás se detuvo en un intento, sino hasta hallarlo, y acudir a otro. A cada maravilla de fuerza en la naturaleza, oponía otra maravilla de fuerza mental.”

En la parte final de su relato Martí describió cómo fue el funeral de Cooper: “La ciudad entera ha ido tras su féretro. Alrededor de la iglesia en que yacía, apiñábase, bajo la lluvia, muchedumbre tan grande que parecía como si quisiese llevarse sobre sus hombros a la iglesia. En seis horas vieron al anciano muerto 15 mil neoyorkinos.”

Y añadió: “El templo era un cesto de flores, las calles una alfombra de cabezas descubiertas.”

También Martí detalló: “En las casas, al oír su nombre pónense de pie hombres y mujeres y niños,- y sirvientes. Y en las ventanas al ver pasar su féretro, -por delicado y nunca visto homenaje,- ¡se quitaban los sombreros de colores y de plumas las mujeres.”

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