José Martí y los discursos que pronunció en Cuba
25 de agosto de 2021
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Más allá de la etapa de su niñez y juventud, como adulto José Martí vivió muy poco tiempo en Cuba. Desde que estaba próximo a cumplir 18 años, en 1871, se vio alejado de su tierra natal al ser deportado hacia España tras sufrir varios meses de presidio y trabajo forzado.
Después de vivir durante algunos años en España residió en México, entre 1875 y 1877. Tras una breve estadía en La Habana, que lo hizo en forma clandestina al utilizar su segundo nombre y su segundo apellido para identificarse, retornó a México y de ahí salió hacia Guatemala.
No es hasta 1878, una vez concluida la etapa inicial de la guerra por la independencia de Cuba, que pudo regresar a su tierra natal. Llegó a La Habana el 31 de agosto en compañía de su esposa Carmen Zayas Bazán, con quién había contraído matrimonio en diciembre de 1877 en México.
En Cuba no dejó de pensar en la situación que padecía su tierra natal bajo el dominio colonial español y se vinculó con otros patriotas que anhelaban el reinicio de la lucha por la independencia.
Martí vivió en Cuba en esa etapa tan solo algo más de un año, hasta septiembre de 1879 en que fue otra vez detenido y deportado hacia España. En ese breve período de tiempo desarrolló una intensa actividad y habló en varias ocasiones.
El 15 de diciembre de 1878 fue elegido secretario de la Sección de Literatura del Liceo Artístico y Literario de Guanabacoa y casi dos meses después, el 28 de febrero, pronunció en este centro un conmovedor discurso en la velada celebrada para honrar la memoria del fallecido el poeta Alfredo Torroella, quién también había sido un destacado socio del citado Liceo.
En esa oportunidad resaltó: “No quiere hoy la palabra ardorosa, en flores de dolor que arrebata el viento, tributar pasajero homenaje al muerto bien amado de la patria. Aunque, si la patria lo ama, no está muerto.”
Y al referirse a las características del poeta, precisó: “No fue en vida Alfredo Torroella,- y a su nombre gime el amor, sin su buen hijo, sin su buen bardo,- aquel niño fogoso de atléticas espaldas, de abundantes cabellos, de ojos fúlgidos; aquel tribuno ardiente de todas las justicias; aquel adolescente de ancho pecho, como para que en él cupieran holgadamente todos los dolores. Que es ley de los buenos ir doblando los hombros al peso de los malos que redimen. ¡Los redimidos, allá en lo venidero, llevarán a su vez sobre los hombros a los redentores!”
Señaló además que a Torroella, desde la etapa de su niñez, le fueron fáciles las formas activas de la grandeza y la belleza y que sintió noble encanto en enseñar lo que sabía.
Y al referirse a sus cualidades como poeta expresó: “Era aquél un buen poeta y un poeta bueno.”
Trató, además, acerca de la estadía de Torroella en México, específicamente en la zona de Mérida.
Y manifestó: “Con Alfredo Torroella llegó a la buena Mérida un hombre vigoroso. Creció en el mar, a solas con el destierro, el bardo joven. Aquellos campos vastos y elegantes, aquel hogar caliente, aquel lenguaje nuevo, aquella vida largo tiempo soñada, aquella atmósfera tanto tiempo apetecida, dieron súbito temple al peregrino: -y, empuñando el bordón del caminante, como acero flamígero moviólo a los ojos de los vehementes meridanos. Canto a sus poetas y a sus palmas- poetas de las selvas.”
En la parte final de su discurso Martí expuso consideraciones sobre la muerte teniendo en cuenta el deceso del poeta.
Y afirmó: “¡Muerte! ¡Muerte generosa! ¡Muerte amiga…! ¡Seno colosal donde todos los sublimes misterios se elaboran; miedo de los débiles; placer de los valerosos; satisfacción de mis deseos; paso oscuro a los restantes lances de la vida; madre inmensa, a cuyas plantas nos tendemos a cobrar fuerzas nuevas para la vía desconocida donde el cielo es más ancho, vasto el límite, polvo los pies innobles, verdad, al fin, las alas; simpático misterio, quebrantador de hierros poderosos; nuncio de libertad… te hemos robado un hijo! ¡Digno era de ti, pero nos hace falta…! Caliéntanos su fuego, anímanos sus cantos, suavízanos su amor, fuerzas no da su indómita energía. Búscalo si lo quieres, en el hogar de los desnudos, junto al lecho de los enfermos, en el corazón de los honrados, en la grave memoria de los hombres, en las pálidas almas de las vírgenes. ¡Pero si tanto has de arrancarnos para llevarlo a tu hondo seno, ¡ay! nunca vengas, que las vírgenes y los honrados nos hacen mucha falta!
¡Muerte, muerte generosa, muerte amiga! ¡ay! ¡nunca vengas!”
Tanto en ésta como en otras intervenciones realizadas en La Habana en 1879 Martí fue capaz, con particular firmeza y sentido de la honradez, de exponer lo que pensaba, e incluso, desafió peligros o amenazas al respecto.
El 21 de abril, por ejemplo, pronunció un vibrante discurso de carácter patriótico en el banquete celebrado en honor de Adolfo Márquez Sterling, en el que enfatizó: “Para rendir tributo, ninguna voz es débil; para ensalzar a la patria, entre hombres fuertes y leales, son oportunos todos los momentos.”
En este discurso Martí combatió también en forma resuelta la política autonomista que ciertos sectores trataban que prevaleciera en Cuba al exponer: “Porque el hombre que clama, vale más que el que suplica: el que insiste hace pensar al que otorga.”
Y agregó con particular firmeza: “Y los derechos se toman, no se piden; se arrancan, no se mendigan. Hasta los déspotas, si son hidalgos, gustan más del sincero y enérgico lenguaje que de la tímida y vacilante tentativa.”
Martí igualmente planteó en la parte final de su intervención: “Saludemos a todos los justos; saludemos dentro de la honra, a todos los hombres de buena voluntad; saludemos con íntimo cariño al brillante escritor que nos reúne; al aliento y bravura que lo animan; y a la patria severa y vigilante, a la patria erguida e imponente, a la patria enferma y agitada que inflama su valor.”
Varios días más tarde Martí volvió a hablar en La Habana, en este caso en el homenaje tributado por el Liceo de Guanabacoa al notable violinista Rafael Díaz Albertini.
Y en esa intervención Martí destacó: “Los hijos trabajan para la madre. Para su Patria deben trabajar todos los hombres.”
No fueron muchos los discursos pronunciados por Martí en Cuba en 1879 pero si ya desde esa etapa evidenció sus grandes condiciones como orador y además puso de relieve como era capaz de utilizar en forma adecuada la palabra para rendir homenaje a destacadas personalidades y también para combatir en defensa de la causa de la independencia de su tierra natal del dominio colonial español.
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