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Una ciudad más amigable, con todos y para todos

5 de junio de 2021

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Plaza de Armas

 

La mitad de la población mundial, 3 500 millones de personas, vive hoy en las ciudades, según datos de la ONU. Esos conglomerados urbanos ocupan el 3 % de la tierra, pero consumen entre el 60 y el 80 % de la energía y son el origen del 75 % de las emisiones de carbono. Históricamente, han sido el centro principal del desarrollo cultural, económico, científico y tecnológico, pero han acumulado problemas que van de la congestión y el hacinamiento al colapso de las redes técnicas y el transporte, la contaminación, el crecimiento caótico, flujos de migración que rebasan sus capacidades y déficits de inclusión y espacios verdes.

La Habana, a medio milenio de fundada, no escapa a esa realidad global y afronta deudas visibles en la planificación urbana, en el manejo de los desechos y la disponibilidad de espacios verdes dentro del entramado de la ciudad.

No hay gasto en hacer una ciudad más amigable y verde que sea superfluo; pensemos más bien en una inversión que tendrá un valioso retorno, no solo en términos de calidad de vida de sus habitantes, sino incluso en ingresos económicos. No faltan a La Habana espacios verdes, dentro y fuera de su trama urbana, pero hoy no están suficientemente presentes en la vida de sus pobladores; se necesita «reconectarlos» con el tejido de la ciudad, tanto en el imaginario como en ámbitos más concretos como la accesibilidad.

Para abordar algunas cuestiones medioambientales de la capital cubana, conversamos con Liliana Núñez Velis, presidenta de la Fundación Antonio Núñez Jiménez de la Naturaleza y el Hombre.

 

 

Foto: Nayaren Rodríguez Socarrás / Tribuna de La Habana

Foto: Nayaren Rodríguez Socarrás / Tribuna de La Habana

 

¿Cómo abordar el tema medioambiental desde las ciudades, cuáles son las problemáticas fundamentales a qué se enfrenta La Habana?

 

Siempre ha sido un reto abordar el tema medioambiental desde las ciudades. En los últimos años los mecanismos de cada país –articulados con las Naciones Unidas, el organismo que va marcando las pautas sobre qué caminos institucionales y de participación seguir para lograr asentamientos humanos más sostenibles– han ido encauzando algunas líneas de trabajo. Pienso que en algunos puntos la ciudad de La Habana está bien, pero hay otros en los que estamos muy atrasados, como la gestión de los espacios verdes urbanos. Este es un tema que considero el más importante de todos los que hay que abordar, porque no está en la agenda.

Hay otras cuestiones que articulan la problemática ambiental, como, por ejemplo, el manejo de desechos sólidos, que no está bien en la ciudad, pero al menos se reconoce como un problema; los drenajes son una asignatura pendiente para nuestra capital, que no está completamente cubierta por una red de este tipo.

Muchas veces, los seres humanos caemos en la trampa de culpar al otro: los ciudadanos dicen que es culpa de las instituciones, y las instituciones dicen que no, que es culpa de la ciudadanía. Para mí, es una responsabilidad de todos. Cuando un problema es responsabilidad clara de una institución, articulada con el resto de los actores, las cosas se encaminan mejor.

 

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La mayoría de los problemas persisten cuando una institución no tiene una responsabilidad clara, con nombre y apellidos, en su gestión. Pongo un ejemplo: la bahía condicionó que La Habana se ubicara aquí, ese es nuestro principal ecosistema y es líder; si la bahía está mal, ya puedes tener un indicador de cómo está todo. En 25 años la bahía mejoró muchísimo. Estaba entre las diez más contaminadas del mundo, y uno de los aportes del Estado cubano para resolver el problema fue designar a una entidad muy específica, el Grupo de Trabajo Estatal Bahía de La Habana (GTE-BH), con el mandato de articular todas las industrias, la comunidad e instituciones para sanearla. Y se ha ido avanzando. Pienso que funcionaría si se hace lo mismo para el arbolado urbano que, si bien hasta ahora es un mandato del Servicio Estatal Forestal bajo la tutoría del Ministerio de la Agricultura, según lo que está escrito, debería reforzarse, porque en este caso el asunto es que forma parte de un ministerio que tiene un mandato muy fuerte, que es trabajar para garantizar el alimento de más de 11 millones de cubanos.

 

¿Cómo sobreviene esa ruptura entre el espacio urbano y su relación con la naturaleza? ¿Qué factores históricos incidieron en que cuando se habla de ciudad se piense en lo construido y muchas veces se desatiendan los elementos del espacio verde con los cuales deberíamos convivir armónicamente? Ahora hay determinadas estrategias y conciencia, pero ha habido un divorcio entre ambas partes.

 

Tiene que ver mucho con una cuestión cultural. Hay ciudades que desde que se formaron tuvieron bien marcada la relación con el entorno. Incluso, en muchas este está asociado al planeamiento. Si miramos a los 17 objetivos de la Agenda 2030 sobre el Desarrollo Sostenible, el número 11 plantea la meta de lograr que las ciudades y los asentamientos humanos «sean inclusivos, seguros, resilientes y sostenibles». Y que haya equidad e inclusión social tiene mucha relación con el acceso a verdes urbanos como parte de la planificación y la gestión.

 

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En La Habana, zonas como El Vedado, Miramar y Santos Suárez tienen más áreas verdes, una inclusión de verde urbano más integrada con la ciudad, no así La Habana Vieja, Centro Habana y otros sectores, que carecen de espacio para esto. Habría que buscar soluciones. Cartagena las ha encontrado; también Santo Domingo, en República Dominicana. Es una asignatura pendiente y muy vinculada con la inclusión del paisajismo en los proyectos. Cuba tiene un problema, no hay escuelas de horticultura; en la carrera de Arquitectura, en la Cujae, es optativo el paisajismo, cuando debería ser obligatorio que cada arquitecto salga con esa disciplina incorporada porque, si no es así, quedará relegada. Está en el imaginario de muchos que mientras más concreto haya, más desarrollo. Muchos asocian con pobreza y atraso todo lo relacionado con la agricultura y el cuidado de la tierra. Es un reto para quienes promovemos la educación ambiental.

 

 

¿Es una alternativa viable que las personas busquen un medio de autosustento que no sea solo el espacio de jardín, ornamental, sino un espacio útil, productivo?

 

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Yo pienso que sí, hay ejemplos concretos. La fundación que presido tiene 25 años de labor. Tratamos de trabajar en temas innovadores y, con pocos recursos, emprender proyectos pilotos demostrativos; luego hay que expandirlos y presentarlos a instituciones con más recursos y un alcance mayor. Se trata de hallar las vías de reducir lo que es gasto para aplicarlos a gran escala. Así empezamos a hablar de la agricultura urbana durante el Periodo especial. Muchos espacios vacíos de la ciudad incorporaron el concepto. El organopónico de Quinta Avenida y 44, que es maravilloso, sigue dando servicio, aun cuando salimos del Periodo especial y muchos de esos espacios se desarticularon. Y así hay muchos ejemplos.

La Fundación trabaja también en el tema de la permacultura. Uno de los principios de la permacultura es que en cualquier lugar donde haya un ser humano puede crear, observando el entorno, las condiciones que la naturaleza ofrece para hacer alguna pequeña producción. En un balcón se pueden sembrar hierbas aromáticas que sirven en la cocina e incluso aportan un beneficio espiritual que no debemos olvidar. Hay una serie de cuestiones que Cuba, y La Habana en nuestro caso específico, deben ir asimilando poco a poco. Pero se puede incorporar totalmente la práctica de los jardines urbanos.

 

 

Eso también pasaría por la disponibilidad de bancos de semilla, que las personas sepan qué variedades sembrar y reciban asesoría, y se establezcan programas coordinados. El tema medioambiental transita también por lo económico. Hay muchos sueños por realizar y sabemos que cuestan, pero La Habana, y otras ciudades y asentamientos de Cuba, tienen potencialidades en cuanto a recursos naturales que podrían explotar y pueden ser fuentes de ingresos. ¿Qué potencialidades aprecian desde el trabajo de la Fundación?

 

Hace muchos años, Alfredo Guevara me llamaba todos los días quejándose del tema del arbolado urbano. Ya en las últimas conversaciones estaba un poco molesto conmigo y me hacía preguntas: «¿Quién es el encargado? ¿Cuál es la ley que lo regula?». Yo no sabía si era Comunales, o Áreas verdes; no sabía si era el nivel provincial o el municipal, si era el Ministerio de la Agricultura o el Servicio Estatal Forestal. Había muchos actores y yo, en lo personal, no lo tenía claro. La Comisión de Paisajismo de la Unión de Arquitectos le pidió a la Fundación –que tiene cierta experiencia en facilitar procesos en los que se involucran diferentes actores, con diferentes puntos de vista– articular un proyecto para señalar a las autoridades del país la necesidad de crear una institución, o darle a una existente un mandato más preciso, para la gestión del arbolado urbano.

Comenzamos a investigar, han pasado dos años en los que hemos estudiado qué estado tienen los viveros, qué instituciones son las encargadas, los principales problemas que existen, y vimos que el principal problema es que heredamos un diseño de arbolado urbano con criterios europeos sobre las especies a sembrar. No hay especies nativas, que son las que resisten, que tienen en su ADN cómo resistir a los ciclones. Hay muchas especies que realmente no están adaptadas al cambio climático. Entonces hicimos una lista; le llamamos «listado feliz» porque hace felices a arquitectos, ambientalistas y conservacionistas, pues le incorporamos la conservación de especies –en peligro de extinción, amenazadas– y cómo podría hacerse una conservación ex situ en la ciudad. Listamos las «veinte especies felices»; no fue fácil, porque había algunas que los arquitectos no querían, otras que no querían los ambientalistas, y fuimos seleccionando.

La mala noticia es que ahora mismo esos árboles no están disponibles. Los viveros con mejores condiciones para asumir la siembra son El Chico y otro en La Lisa; son los candidatos para buscar financiamiento, sembrar las posturas y que alcancen la altura necesaria, más de dos metros. Ese proceso requiere agua, cuidados, y luego hay que pasar a otro, que va a ser complejo porque no hay destoconadora en el país.

 

Foto: Abel Rojas Barallobre / Juventud Rebelde

Foto: Abel Rojas Barallobre / Juventud Rebelde

 

Ha habido mucha tala indiscriminada: a la primera enfermedad que tiene un árbol, o muchas veces porque «molesta», oculta un letrero, los ciudadanos y las entidades, tanto cuentapropistas como gobierno, lo talan y quedan los tocones. Es algo que ha estado sucediendo. El árbol es un ser vivo y puedes suministrarle medicamentos, lo mismo que a una persona, y es posible que se recupere. A lo mejor el tiempo de vida que estás alargando no es de 20 ni 35 sino de 10 años, pero esos te dan tiempo de ir sembrando el árbol de reemplazo.

La ciudad va a necesitar una destoconadora, un equipo cuyo precio está entre 75 000 y 100 000 dólares, porque así podemos sacar todos esos tocones que ha dejado la tala sin desbaratar las aceras, y rápido, para luego echar la cobertura, hacer una profundización para que la raíz vaya hacia abajo y no a los costados; hacer riegos profundos, más que frecuentes, porque entonces las raíces no van hacia abajo, entienden que el agua está arriba y van hacia arriba. Hay una serie de metodologías que seguir. Lo importante sería: identificar qué vivero dará el servicio de arbolado urbano a la ciudad; reforzar ese vivero, darle recursos y capacitación a quienes trabajen allí; buscar la destoconadora, ir creando el compost para los huecos que se van a abrir, que son muchísimos, y hacer un censo de árboles y especies.

La Fundación planea convocar dentro de este movimiento un taller con las entidades que en Cuba han hecho censos de arbolado; ver qué metodología usaron, qué plataforma para colectar información se usó, y escoger cuál es la que se va a emplear para luego extenderla. Ahí tendríamos el apoyo de la Sociedad Cubana de Botánica y la iniciativa Planta, que dirige Alejandro Palmarola. Tienen mucha experiencia en la participación de los jóvenes. Podría ser un ejército verde listando rápido, por ejemplo, cuántos tocones hay en La Habana, para saber la carga de trabajo que va a tener la destoconadora.

 

 

Sería vital una participación ciudadana mayor en empeños como ese. Ha habido algunas iniciativas de grupos que, de forma independiente, o convocados por instituciones u orga­nizaciones, han realizado acciones en favor del medioambiente como el saneamiento de playas y zonas costeras.

 

Uno de los beneficiados del acceso cada vez mayor a las redes sociales ha sido el medioam­biente, por la posibilidad de divulgar experiencias de este tipo. En la limpieza de playas y ríos tiene una historia de varios años el proyecto liderado por Ángela Corvea, y está el equipo de buzos que hacen limpieza en el malecón. Palmarola, con la Sociedad Cubana de Botánica, ha liderado muchos procesos y limpiezas, y está muy vinculado con el grupo de Jóvenes Ambien­talistas Cubanos, adscrito a la Agencia de Medio Ambiente. Muchos jóvenes que trabajan en diferentes institutos científicos de Cuba están ganando mayor visibilidad. La Fundación tiene también una línea de trabajo que llamamos «líderes ambientales del futuro». Esas iniciativas de limpieza han involucrado a muchos actores, que son muy proactivos. Fue extraordinario ver recorrer 400 kilómetros hasta Guanahacabibes a miembros de la cooperativa no agropecua­ria Arte 3 (A3), de Matanzas, para recoger desechos de plástico. Hoy no se trata de limpiar y recoger, porque recoges basura pero la botas en otro lugar y no cierras el ciclo, lo cual consiste en separar, clasificar, saber lo que puede ser recuperado.

 

 

La basura es hoy uno de los retos fundamentales que tiene que resolver la ciudad de La Habana. ¿Se han estudiado estrategias sobre qué hacer con los residuos orgánicos?

 

Cuando termine con el tema del arbolado podré contestar esa pregunta con mayor propiedad. Siento que pasa lo mismo que con el arbolado, todos los problemas medioambientales pasan por tener una institucionalidad clara, precisa y definida, y que cada ciudadano sepa qué empresa recoge su basura, que tenga el nombre del director de la empresa y que si tiene cualquier queja sepa dónde debe ir. Es importante cerrar el ciclo. Si vamos a fomentar una cultura que permita clasificar los desechos, como se hace en otras ciudades, que todo esté lo suficientemente bien articulado. Educamos a la población, le damos la posibilidad de colocar los desechos según la clasificación, pero cada uno de esos desechos debe tener un destino controlado y una línea clara de reclamo y demanda por parte de los ciudadanos. Hay varios pendientes que la ciudad reconoce tener, pero en los que definitivamente debe proyectar una solución integrada.

El principal problema que Cuba ha definido en su estrategia medioambiental es la degradación de suelos, y no es reciente, se fue acumulando durante años producto de la explotación durante la Colonia y la deforestación rapidísima, el uso del monocultivo, la siembra de especies no adecuadas al suelo cubano.

 

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La tierra es el valor más grande; contar con una tierra enriquecida, recuperada, pasa por devolverle los residuos orgánicos. A nivel de una ciudad pareciera imposible, pero no lo es. Desde la Fundación hemos emprendido pequeños proyectos pilotos en barrios donde hay huertos a cuyos trabajadores les interesa recopilar todo el desecho orgánico. Entonces, es una responsabilidad para las personas que llevan el hogar separar lo orgánico de lo inorgánico; la basura no coge mal olor, el volumen se reduce. Pensemos en una cooperativa no agropecuaria como A3, que recibe ese plástico que no está sucio porque ya se separó de lo orgánico. Igual esos desechos orgánicos pueden tener un destino. El compostaje es una maravilla, convierte la «basura» en oro, en dinero, en recursos, pero, lo más importante: la convierte en tierra fabulosa y salud, porque si tenemos un suelo enriquecido vamos a tener mejores cosechas, alimentos mucho más nutritivos y, sobre todo, la tierra se va a conservar.

El tema medioambiental en Cuba implica también que la ciudad de alguna forma le devuelva al campo lo que el campo está dando. Mi sueño es que todos esos camiones que vienen cargados de vegetales vuelvan al campo con compost o residuos que se pueden convertir en compost.

 

 

Y la ciudad estaría mucho más limpia. ¿Crees que son suficientes las campañas que promueven el cuidado del medioambiente? ¿Habría que dirigirlas hacia otras dimensiones de esta problemática?

 

Totalmente. Desde la Cumbre de Río, en 1992, organizamos un discurso centrado en la ciencia. Creo que el gran reto es cómo traducimos eso a un lenguaje económico. Si se incorporan matrices y dimensiones económicas en este cálculo, tanto de costos como de beneficios, el tema ambiental tendrá una proyección más concreta.

 

 

Hay proyectos esperanzadores como el de la bahía, pero también muchos retos que vencer.

 

Foto tomada de Granma

Foto tomada de Granma

 

En la bahía están el Grupo de Trabajo Estatal Bahía de La Habana, el Centro de Ingeniería y Manejo Ambiental de Bahías y Costas (CIMAB), la Sociedad Civil Patrimonio, Comunidad y Medio Ambiente, las unidades de medioambiente del CITMA, la Tarea Vida… Hay varias articulaciones que permiten profundizar en ese trabajo; pero en el entorno de la bahía persiste un reto grave, la convivencia industrial.

El proyecto de Mariel ha abierto una oportunidad para la bahía, como lo es la previsión de trasladar industrias hoy asentadas en el puerto habanero. Un reto enorme es la refinería Ñico López, la industria más visible por esa chimenea que constantemente despide fuego y, con frecuencia, humo negro. Muchas veces, cuando se habla de planes de trasladar una industria, ya se asume el razonamiento de «si no va a estar, ¿para qué vas a invertir en filtros y en toda esa tecnología limpia?». Si se va a dejar, que se tome una decisión clara. Me he buscado muchos problemas por decir esto, a mucha gente no le gusta que yo hable del tema de la refinería, y me dicen que por qué hablo, que yo no sé nada de eso… ¡Pero vivo aquí, lo veo y puedo hablar! Hay que buscar mejores filtros para esa chimenea, esta ciudad no se merece tener esa chimenea en esas condiciones. No digo que hay que apagarla, todos necesitamos la electricidad, solo que hay que buscar soluciones.

En cuanto a los afluentes que vierten en la bahía, Yohana Socarrás y el equipo de Educación Ambiental del GTE-BH hacen un trabajo extraordinario; tienen un ejército de gente muy con­cientizada. Hay que avanzar, porque es grave el vertimiento que hay en el río Luyanó, el que más contamina. Y volvemos a la dimensión económica: si esas comunidades que tiran la basura al río no ven un beneficio económico en no tirarla, en llevar a un centro colector esas bolsas y pomos plásticos que arrojan al río, será muy difícil que dejen de hacerlo.

 

Foto: Alejandro Basulto / Tribuna de La Habana

Foto: Alejandro Basulto / Tribuna de La Habana

 

Hay que apoyar a las instituciones y tener claro dónde empieza la responsabilidad de cada actor; cambiar patrones y concepciones culturales. Yo entiendo que algunas decisiones no se toman por mala fe, sino por falta de información. Es algo en lo que hemos fallado los ambientalistas, porque no decimos las cosas claramente ni explicamos el factor económico. En ese caso yo daba un criterio que pienso hay que extender en inversores, decisores y población: el espacio a la recreación silenciosa. La exteriorización de tus gustos culturales no puede invadir un espacio de uso público; también se necesita calma, silencio o ambientes para la contemplación. También queremos hacer ver que la ciudad no es La Habana Vieja ni el Centro Histórico; existe una zona oeste que necesita del apoyo de la Oficina del Historiador, de toda esa integración que ha logrado y el impacto que ha tenido, ese equilibrio entre comunidad e institución.

Me encantaría que La Habana, como una de las ofertas turísticas e incluyendo un enfoque económico, creara una red de espacios verdes urbanos. Son espacios que valorizan mucho la ciudad, sus servicios y atracciones, también desde el punto de vista económico.

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