Naranja podrida
4 de junio de 2021
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El alza desmedida del número de víctimas a causa de la represión en Colombia no ha hecho disminuir, sino aumentar la resistencia antigubernamental, principalmente de los jóvenes, mientras organizaciones internacionales llaman al presidente Iván Duque a que no siga autorizando a utilizar armas letales contra las numerosas y nutridas manifestaciones en demanda de paz y justicia, rechazo a la política neoliberal y cumplimiento de los acuerdos de paz firmados en La Habana para terminar con una guerra de más de cinco décadas.
Como se sabe, el actual gobierno ha hecho caso omiso al llamado de paz y diálogo con las fuerzas que participan en el paro nacional iniciado hace más de 40 días, agravando las tensiones y empeorando una mal atendida pandemia del nuevo coronavirus, que hace que la nación este entre las primeras cuatro con más decesos en el mundo, sólo superada por Estados Unidos, Brasil y la India.
Para Duque, que estuvo recientemente en Miami, donde se reunió con ex presidentes y una gama de gusanos favorables al neoliberalismo, no es problema aumentar la represión contra quienes considera sus enemigos y entorpecen sus planes de colaboración con latifundistas y narcotraficantes, que han hecho de Colombia el principal exportador de cocaína en el mundo, con Estados Unidos como su principal cliente.
De ahí su perenne burla a las peticiones de que la policía no dispare contra la multitud y auspicie la participación de paramilitares urbanos, causantes ya de numerosas muertes.
Esa es la forma en que se recupera de las heridas que le produjo el fracaso en el legislativo de imponer una reforma tributaria que favorecía aún más a los que más tienen.
LÓGICA FASCISTA
Para la filósofa argentina Luciana Cadahia, el presidente de Colombia está buscando centrar la atención en un “enemigo interno” –cualquiera– que pueda verse como eliminable entre la sociedad.
Para ella, Duque mantiene una lógica fascista en donde se persigue al otro y se le convierte en un objeto de odio para construir poder. Proponer cadena perpetua para violadores y asesinos de niños, emitir un Decreto que prohíbe el consumo de alcohol en el espacio público – eliminado por la Corte Constitucional– y ofrecer 3 000 millones de pesos por pistas sobre Jesús Santrich –posteriormente muerto al volver a tomar las armas contra el mal gobierno– son medidas que, en vez de crear instituciones plurales y democráticas para las mayorías, logra una institucionalidad punitiva y excluyente en donde es necesario identificar un enemigo.
Duque, en su obsesión por mostrarse como un hombre fuerte y con carácter, lo que está haciendo, en realidad, es dejar en evidencia su debilidad. Si su estrategia es hacer propuestas que sean aceptadas por las mayorías para subir en las encuestas, no le está funcionando.
Si bien es verdad que su mentor Uribe, durante sus años de mandato, construyó el etnos de un padre protector y maltratador al mismo tiempo, generando toda serie de patologías en el inconsciente colectivo colombiano, también es verdad que a ese etnos se le contrapone otra forma de entender la política. Por eso, volver a esa figura tóxica es de una torpeza y una falta de cálculo político sin precedentes.
Es contradictorio, además, que Duque se autodenomine el “gobierno más joven de la historia” y al mismo tiempo tome medidas anacrónicas y propias de la política tradicional. Curiosamente, en este momento hay una especie de organización de la derecha regional en América Latina y esta es una expresión muy similar a la que también empleaba Mauricio Macri cuando gobernaba en Argentina.
Macri, al igual que Duque, tomó medidas completamente represivas y asociadas a lo peor del pasado latinoamericano, bajo el rostro de una figura fresca, emprendedora y por fuera de los registros clásicos de la política. Sin embargo, al llegar al poder, convirtió a la Revolución de la Alegría –emblema de su campaña– en una política de Estado oligárquica, excluyente y para unas minorías privilegiadas.
Lo mismo que hace Duque con su manido lema de la Economía Naranja, pero que resultó podrida.
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