El primer edificio para el Banco Nacional de Cuba
25 de mayo de 2021
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Esta magnífica construcción fue el primer edificio que se erigió para la sede del Banco Nacional de Cuba. Fue construido entre 1907 y 1919. Participaron como director facultativo y contratista, el arquitecto José F. Toraya y la célebre firma norteamericana Purdy & Henderson, respectivamente.
En 1901 el North American Trust Company, fundado en 1898, pasaba a operar como Banco Nacional, el que se había creado, según sus promotores, para apoyar financieramente el progreso del país. Realmente fue la institución que más se vinculó a la actividad de los gobernantes pro norteamericanos. El carácter nacional se lo otorgaba el hecho de que las decisiones se tomaban en el país y las operaciones en su mayoría estaban vinculadas a los negocios en manos de cubanos.
El Banco Nacional de Cuba fue fundado por dos hombres de negocios de New York, Samuel Farvis y R.R. Conklin, con experiencia en oficios de hipoteca, antes de la crisis de 1839 en los Estados Unidos. Comenzó a operar con un capital ascendente de 1 000 000 de pesos, en 1904 aumentó el capital a 3 000 000 y en 1905 a 5 000 000. Desde un principio fue depositario de los fondos del Gobierno.
En 1904, la Sociedad Anónima Banco Nacional de Cuba adquirió la estratégica esquina de Obispo y Cuba para edificar un espléndido palacio portador de su poder económico y financiero. Sin embargo, la relatividad de este éxito financiero hizo que funcionara, como casa principal, hasta la llegada del crack bancario de 1920. Pero en la intersección de estas dos calles convergían entonces las casas señaladas con el número 41, 43, 45 y 47 de la calle Obispo, y la 43 de la calle Cuba, todas de mampostería y azotea, unas bajas y otras de dos niveles.
En el Registro de la Propiedad consta la venta de las fincas y la refundición de ellas para convertirse en una nueva, operación que se inscribió a partir de la casa marcada con el número 41 de Obispo, propiedad del señor Tomás Laredo y Garay, natural de Vizcaya, quien vendió esta finca y otra más, a la Sociedad Anónima Banco Nacional de Cuba, representada por su presidente el señor Edmund G. Vaughan. Las casas número 45 y 47 de la citada calle la compró a doña Silvia Moliner y García, y la 43 de la calle Cuba, la adquirió del señor Federico Tomás Reiling.
En diciembre de 1904, el señor Vaughan, solicitó licencia a la Alcaldía Municipal para construir vallas y demoler dicha esquina formada por las casas antes mencionadas. Así consta en la Memoria Descriptiva del proyecto y sus especificaciones, fechadas en marzo de 1905:
El edificio que se proyecta levantar será emplazado en las calles de Obispo y Cuba, ocupando el lugar de los edificios ya demolidos números 41, 43, 45 y 47 de la calle del Obispo y el número 43 de la calle Cuba.
Estará separado de la medianera por la calle Obispo dejando un pasillo de 1.50 m de ancho en toda su longitud y también va distanciado del edificio vecino por la calle Cuba en casi toda su extensión, siendo tangente tan solo en 15 m de los 31 ½ m que tiene de profundidad la propiedad, de modo que el patio propiamente queda fuera del edificio y comunicando los pasillos por Obispo y el que en parte está por la medianera de Cuba.
Asegurada de este modo la ventilación de este edificio y al propio tiempo la de los vecinos, igualmente se amplía el ancho de la calle del Obispo con un pórtico en su fachada de la que solo cuatro columnas de las que forman el cuerpo central sobresalen, las inmediatas se retiran un metro y la pared queda a 3.25 m de la línea de manera que prácticamente queda ampliada la vía pública en 3 metros.
Toda la construcción sería de acero, tanto en columnas como en vigas y arquitrabes de las secciones y para sustentar los pesos. La cimentación se haría toda de hormigón hidráulico, apoyándose sobre la roca. Un detalle curioso en la Memoria Descriptiva es la extensa especificación de taller para la estructura metálica, donde queda absolutamente prohibido el empleo de tornillos y tuercas para el ensamblaje permanente de los diferentes miembros de sustentación, empalmes de columnas y vigas los que serían todos roblonados en caliente y estampadas las cabezas de los remaches.
Asimismo, se empleaba de manera general el concreto hidráulico para su construcción, con bloques de cemento para las paredes exteriores y ladrillo para las interiores.
Todos los pisos serían de mármol y de loseta de mosaico hidráulico; las escaleras de hierro fundido y mármol, y contaría con dos elevadores eléctricos modernos. El edificio estaría dotado de cuanto necesitase para el confort y en nada se diferenciaría de los de igual clase en los Estados Unidos o Europa: instalación de teléfono, gas, electricidad, buzones automáticos en cada piso, y unos grandes tanques de agua en el piso superior de capacidad de 5 000 galones de modo que no faltara agua en caso de fuego, siendo otra de las instalaciones un sistema completo de mangueras perfectamente preparadas ante un incendio.
El edificio reuniría todas las ventajas de seguridad y solidez, y su arquitectura seria y clásica –según sus animadores– contribuiría poderosamente al engrandecimiento de la ciudad, a la vez que estimularía la construcción de obras similares en otros lugares.
Los planos de la mencionada Memoria estaban firmados por José F. Toraya como director facultativo y como maestro de obra Pedro Iduate y antes también aparece Andrés Balaguer.
A partir de aquí, comienza una fuerte pulseada entre el Arquitecto Municipal Benito Lagueruela y la presidencia del banco, apoyada por la dirección facultativa del proyecto. Lagueruela exponía que, “¿cómo es posible que el Ayuntamiento de esta ciudad pueda de manera alguna permitir un edificio de cinco pisos con 22 ms de altura en la calle Obispo esquina a Cuba? Causa pavor en que la hermosa calle del Obispo pueda transformarse en un callejón en que el sol solo pueda darle su vida en punto en que pase por su meridiano. Por tanto, en opinión del que suscribe debe negarse la construcción que se pide y que en calles como la del Obispo solo pueda construirse con una altura moderada y que construcciones de grandes alturas, solo se permiten en extramuros de la ciudad donde la anchura de las calles y las plazas lo consientan”.
A lo que los promotores de la construcción, y suscrito por el vicepresidente Mr. Merchant, alegaron: “Una ciudad petrificada en leyes, ordenanzas y precedentes invariables, es la negación del proceso. Aquellas se van subordinando con prudencia y liberalidad, a las exigencias de los tiempos, y donde no se sospechó que la cultura y la riqueza exigieran una construcción de cinco pisos, luego de circunstancias aconsejan tolerarla. Esto ha pasado en todas las grandes ciudades. El progreso ha exigido el aprovechamiento del espacio. Las grandes ciudades Europeas han llegado corrientemente a construcciones de diez pisos. En la vecina gran Metrópoli existen muchos con más de veinte. No es raro que La Habana necesite cinco, ante su notorio desarrollo y engrandecimiento y no es posible impedirlo sin grave daño de su cultura general, sin detener su progreso, sobre todo, sin divorciarse de la civilización moderna, cuyo ejemplo tan de cerca nos alienta en las soberbias construcciones de New York, Boston, Philadelphia y Chicago.”
Finalmente, la controversia termina con el triunfo de quien puede hacer uso de su capital y poder. El 16 de mayo 1905, en sesión ordinaria se trató la reforma del artículo 96 y siguiente de las Ordenanzas de Construcción 101,104, 105 “en caso excepcional”, por lo que se le concede la licencia de construcción a la Sociedad Banco Nacional de Cuba, expedida oficialmente el 13 de junio de ese mismo año.
En 1907 quedó concluida la primera fase del edificio, considerada esta su parte original. El resultado fue una estructura de acero, y hormigón en la cimentación, las cubiertas y los pisos; los paneles de ladrillos excepto las dos fachadas, en las que se emplearon piedra labrada, terracota y mármol. Hasta el momento había alcanzado cinco pisos de altura. Su planta era rectangular distribuida alrededor de un patio central, descubierto a partir del segundo piso de manera que esto proporcionara luz y ventilación a las plantas superiores. Se destaca en este segundo piso la claraboya de cristales de colores que le fue colocada y que le aportó gran riqueza decorativa a la primera planta. En esta se ubicaban las oficinas del banco.
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